La mujer del mandamás, la vehemencia de la ignorancia y Nietzsche


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Imagen de Wayne-Miller

05 noviembre 2019

Hoy, muy temprano, pensaba que nadie escribiría en ningún periódico, pensaba que no tendría que oír ninguna tertulia radiofónica de sabios que saben de esas cosas que se creen saber, pensaba que nadie me recordaría que un menor ha pegado a otro menor hasta mandarlo al hospital, pensaba que alguien me diría que en el Congreso habían aprobado una importante dotación económica para la investigación de enfermedades raras, pensaba … solo pensaba, lo hice hasta que me di cuenta que ya estaba despierto. Pensé, ingenua e innecesariamente, que nunca podré callarme, aún en silencio, ni en sueños.

Seguramente, en mi sueño, tras una tarde, (la del tormentoso día anterior), de charlas escasamente coherentes, solo puestas en boca de quien le puede la vanidad y el esencial factor que genera la vehemencia de la ignorancia, pensaba en aquello que dijo Nietzsche: «La palabra más soez y la carta más grosera son mejores, son más educadas que el silencio».

No sé por qué me callé, me pregunté, pero sí, hice bien, no siempre Nietzsche tiene razón, especialmente cuando hablas con alguien que aún se dedica a la neopolítica activa, (ascendida por lo de la paridad y por ser – al estilo Iglesias/Montero – la pareja de uno de los mandamases), entonces, cuando eso sucede, lo mejor es no escuchar, primero, y lo segundo, callar, lo demás es … lo demás es perder el tiempo o darle la razón a Don Friedrich.

Con un hipócrita y discreto, «Me ha encantado tu charla», me eché en el estómago un bidón de veneno que no pude escupir, pero quedé bien, luchar contra ese tipo de vehemencia, a mi edad, no da más que problemas.

N: De mis viejas notas en RS

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""Grito que no creo en nada y que todo es absurdo, pero no puedo dudar de mi grito y necesito, al menos, creer en mi protesta""" (Albert. Camus)
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